Intentos literarios
 
Líneas rotativas

Cada piso del Organismo está dividido en cincuenta cubículos iguales; en cada cubículo se acomoda, como puede, un teléfono, una silla y su operario; en la cabeza de cada operario resuenan, todo el tiempo, fragmentos de las palabras que el Supervisor General necesitó gritar en los días de entrenamiento:

¡La nuestra es una misión hu-ma-ni-ta-ria! Somos, créanme, el único Organismo de este tipo, los pioneros en este fértil campo; somos, y desde hoy serán, los únicos que tienen la capacidad organizativa para proveer este inmejorable servicio. ¡Sí, amigos, los únicos capaces de sostener una línea nacional de ayuda al suicida sin cargo! No tenemos ni una pizca de competencia, ni una ley que amenace nuestro funcionamiento. Seamos sinceros... ¿a quien se le ocurriría clausurarnos?¿Que sería de la gente? Somos im-por-tan-tes. Acostúmbrense.

Ahora, a lo formal, muchachos: cada uno de ustedes tiene asignado un cuaderno rojo, de encuadernación aceptable, que será su primera y única biblia de acá en adelante. En él van a poder encontrar, además de soluciones sencillas a dilemas morales complejos, las reglas básicas de convivencia, los criterios de adornos aceptables para cubículos y, sobre todo, la metodología recomendable para la rápida resolución de crisis suicidas. Es este último punto el que nos caracteriza: no sólo somos el único Organismo capaz de proveer una función tan esencial como la ayuda a suicidas, sino que fomentamos la creatividad, la innovación, la vanguardia en métodos alternativos para frenar este terrible mal. Si abren el cuaderno en la pagina setenta, se darán cuenta que los métodos recomendables están escritos en lápiz. Los incitamos, entonces, les rogamos que agreguen, borren o alteren lo que les plazca. A prueba y error. Y si su método resulta ser efectivo, ¡podríamos incluirlo en la próxima edición!

Bueno, compañeros, eso es todo, bienvenidos a la gran familia... ¡ah! y una cosa más: en el anexo incluimos las características y tarifas de cada paquete de ayuda sostenida –opcional– para suicidas. De sus ventas globales dependen sus salarios. A más suicidas en tratamiento, más dinero a fin de mes.

¡Vamos! ¡Adelante! ¡Ánimo! ¡Y no dejen que se nos muera ningún cliente, eh!

Interno #82

En uno de los cubículos laterales, de los pocos azotados por las corrientes de frío que escupe la puerta de entrada, un operario novato atiende nervioso su primera llamada. Transpira. Su cuaderno no tiene ni una mancha, ni un borde doblado.

— Ho... hola... Bienvenido a la línea nacional de ayuda al suicida, ¿qué se le ofrece?

— ¿Qué se me ofrece? ¡Qué se me ofrece! ¡Nacer de nuevo se me ofrece! Estoy harto, harto, harto, ¡harto!

— Tranquilo, señor, tranquilo, estamos aquí para ayudarle...

— ¿Ah si? Ayudarme... ¡Bah! dígame, joven, ¿puede usted recuperar veinte años de mi vida? ¿Puede?

— N... no... no, señor, creo que no ofrecemos ningún tipo de recuperación anual en nuestros planes... pero podemos ser un buen apoyo emocional para momentos difíciles como este... ¡Señor, piense en todo lo bueno que tiene, todo lo que aún conserva, todos los años que le quedan por vivir!

— Cáncer. Eso es lo mejor que tengo. ¿Qué le parece? ¡Qué lindo!

No encuentra palabras.

— No me está ayudando ni un poco, joven.

— Perdón, señor... déjeme transferir su llamada a un operario con más experiencia. Ha sido un gusto atenderlo.

Interno #43

En un cubículo cualquiera, más cercano a la parte central del edificio, suena el teléfono hasta que su operario se aburre de soportar el ruido y decide atenderlo. Bosteza. Su cuaderno hace las veces de un excelente posavasos.

— ¡Hola! ¿Si? ¿Quién es? ¿Hay alguien ahí? ¿Qué quiere?

— Transfirieron esta llamada... el joven anterior no pudo conmigo.

— ¡Oh! ¡Mire usted que interesante! ¡Cuénteme más!

— ¿Qué? ¿Qué más quiere que le cuente? El otro era un poco idiota, nada más.

— ¡Excelente!

Ni un sonido.

— Sea bueno y espéreme un segundito, por favor, ¿si? Voy a pasar esta llamada a uno de nuestros operarios avanzados. Él seguro podrá solucionar su problemita... ¡Quédese tranquilo! ¡Fuerza!

Interno #11

En uno de los cubículos más cómodos, de los pocos mimados por las estufas y con características acolchadas, titila la luz roja del teléfono, que insiste hasta que el operario responsable decide apagarla. Sonríe. Su cuaderno está despedazado, reescrito y pegado en las cuatro paredes de madera falsa.

— Hola, bienvenido y disculpe a los operarios anteriores por su ineficiencia.

— No, está bien, no hay problema...

— A ver... ¿me podría decir cual es el problema? Justifique el tiempo que le estoy dedicando.

— Bueno, es que... me siento mal... estoy harto... no quiero continuar...

Ambos escuchan un exagerado suspiro.

— Se siente mal... pobrecito. A ver, ¿qué es lo que le pasa? ¿por qué se siente tan mal?

— Todo me pasa. Todo. Mi esposa me dejó, mis hijos me odian... ni siquiera le intereso a mi perro. Y el cáncer... el cáncer que no para de avanzar, de comerme por dentro.

— ¿Y eso es todo? ¿Tener cáncer es lo más grave que le sucede?

— Sí. ¿Acaso le parece poco?

— No, no necesariamente... veo, en verdad, una falla en su enfoque: no creo que el suicidio sea la solución más efectiva al problemita que lo aqueja. No es práctico. Después de todo, ¿cuántos años le quedan de vida? ¿Dos, tres? ¿Cuatro, exagerando?

— Sí, más o menos.

— Bueno, ¿entonces? Si se va a morir en unos pocos meses, si le quedan apenas unas horitas de vida, ¿qué sentido tiene tomarse el trabajo de suicidarse? ¡Dése el gusto! Amenace a su esposa, desherede a sus hijos... ¡castre a su perro! Lo mejor que puede hacer es desquitarse, suicidar su vida y no a usted mismo. Créame, sabemos de estas cosas.

El silencio inunda de nuevo la línea.

— Tiene razón. Tiene toda la razón. ¡Es justo lo que voy a hacer! ¡Van a ver, hijos de puta! ¡Perro de mierda!

— ¡Ese es el espíritu!

— ...¡de mierda!

— Ahora, hombre, no crea que ya está curado. No nos engañemos. Unos minutos de diálogo no van a disuadirlo de la idea de suicidarse a sí mismo. Lo que tiene que hacer, amigo, es contratar nuestro mejor plan de asistencia al suicida. Nosotros nos vamos a encargar per-so-nal-mente de llamarlo una vez por semana, a una hora específica, para asegurarnos de que esté vivo y de que quiera seguirlo estando.

— No, no me hace falta, muchas gracias. Ya me siento mejor. ¡El sistema funciona!

— Creo que no entiende, compañero: no depende de usted. Ya mismo estoy anotando su número de teléfono; en unos días le llegará la primera factura. ¿Qué plan prefiere, el especial o el extra? Debo aclararle que son, como mínimo, anuales.

Le permite unos segundos para pensar.

— El... el extra...

— ¡Perfecto! Gracias por aprovecharse de nuestros servicios, señor. Ahora mismo estoy transfiriendo esta llamada a otro de nuestros operarios.

— Muchas gra--

Y otra vez la música de ambiente.

 
Comments:
Sencillamente, buenísimo.
 
Buenas! Acá estoy. ya iré leyendo los cuentos, que ya te dije que me parecieron buenísimos.
besos!
 
Aquí vamos. Algo deshilvanado el comentario, eso sí.

Primero: Líneas rotativas, una primera parte que introduce en contexto, y un único caso que constituye toda la historia, en partes separadas por los “internos”. Me fascinó: simple, limpio, fácil de captar y original. Obviamente que no se consigue todo eso junto de casualidad. Hay que saber.
Los párrafos debajo de los subtítulos: constituyen en conjunto una descripción precisa (e irónica) de la estructura social del Organismo; son una historia en sí mismos. Basada en el lugar del cubículo y sus comodidades (cosa que es bastante obvia), en la forma de ingreso de la llamada, si suena o titila la luz (aquí, suspiro yo ¡qué buen detalle, éste!) y el estado del cuaderno (aquí, mi suspiro se convierte en: ¿pero alguna vez se me ocurrirán estas cosas a mí?)

Segundo: los diálogos son los mejores que te he leído, lejos, y eso es decir bastante. Bueno, claro, si los diálogos fallaran, el cuento fallaría...y no te diría que es bueno, entonces... no importa, aunque sea redundante, señalo que los diálogos son excelentes.

Interpretemos.
“Cada piso del Organismo está dividido en cincuenta cubículos iguales; en cada cubículo se acomoda, como puede, un teléfono, una silla y su operario; en la cabeza de cada operario resuenan, todo el tiempo, fragmentos de las palabras que el Supervisor General necesitó gritar en los días de entrenamiento: “
Bien, bien. En el primer párrafo ya está dicho dónde estamos, y está dicho de una forma bastante particular, no convencional: el operario es un mueble más. Yo, lector, vengo con los 50 cubículos iguales, que eso ya es ¡brr!, corre un escalofrío, cincuenta cubículos iguales...pero de pronto “una silla y un operario”. Listo, no hay más nada que decir. Pero sí hay algo: la cabeza del operario es un lugar donde resuenan palabras, como si fuese una radio. Ësa es la imagen que se me vino a mi cabeza.
Me gusta mucho este primer párrafo; está cuidadosamente logrado. Muy cuidadosamente.

Ingresamos al discurso del Supervisor General.

Y allí, uno se encuentra con los elementos... con todos, o casi todos. El discurso que enciende de orgullo ¡ustedes forman parte de la crema de la crema!; que llama a la emoción ¡salvamos, somo humanitarios!; que se dirige coloquialmente (Bueno, compañeros, eso es todo, bienvenidos a la gran familia). También, con cuestiones prácticas, bien pragmáticas: quédense tranquilos, en ese manual tienen todo lo que necesitan. Con el toque del discurso motivador: innoven, que eso les será reconocido, sean creativos y llegarán lejos en el Organismo. Oye, esto me gusta. Es tan creíble...son así, estos discursos seudo-propagandísticos.

Sí, ya sé, no se me pasó por alto ¡por favor, si es el nudo!
“¡Sí, amigos, los únicos capaces de sostener una línea nacional de ayuda al suicida sin cargo! “ Sin cargo. Gratis. Línea de ayuda al suicida, por supuesto, gratis.

Y al final:
“Bueno, compañeros, eso es todo, bienvenidos a la gran familia... ¡ah! y una cosa más: en el anexo incluimos las características y tarifas de cada paquete de ayuda sostenida -opcional- para suicidas. De sus ventas globales dependen sus salarios. A más suicidas en tratamiento, más dinero a fin de mes.”
¡Uau! Gratis las pelotas. Salvar los suicidas es un negocio fenomenal. Ne-go-cio. Armado para ganar dinero. Muy bien armado. Suena a una “organización humanitaria”, que aprovecha un nicho legal para hacerse de pingues ganancias. Son eficientes; sus empleados corren como galgos detrás de la liebre de las ventas; poco gasto de mantenimiento (ni siquiera estufas para todos), de seguro no hay impuestos a pagar, y no necesitan invertir en publicidad para crear una necesidad ficticia en los consumidores: la necesidad del suicidio aparece, de cualquier forma. Los consumidores del producto están, siempre.
Y nadie los controla.

Como siempre, Agustín, todo un gusto leerte
Esther
 
jajajajaja genial
queda algo con lo que no se lucra?
me encanta pasar por acá, y de paso aprovecho para saludarlo :D (era el 10, no? :s)
un beso ^^
 
Enhorabuena.

Sinceramente,

M
 




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Agustín Capeletto
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