Intentos literarios
 
Neoplasia

El vehículo en que viajan no podría considerarse una ambulancia: no contiene camillas, medicamentos, equipos de alta complejidad o siquiera pacientes; sería más adecuado llamarlo camión de escombros. Sus pasajeros tampoco podrían decirse médicos, y mucho menos doctores; son albañiles especializados, o como máximo oncólogos urbanos. A ellos no les importa la falta de prestigio o el poco reconocimiento social: son los únicos que saben hacer el trabajo, y tienen el monopolio del rubro, con todos los clientes potenciales en sus bolsillos. La única desventaja es la cantidad de agendas que deben comprar mensualmente.

Viajan, entonces, tranquilos, hablando, como siempre, de lo único que conocen. Ríen:

—Me llamó, la tonta, preocupadísima, gritándome en el teléfono que su departamento empezaba a rechazarse a sí mismo, que finalmente había sucedido, y que su vida de mierda tenía la culpa. Lloraba, la pobre, horrorizada, rogándome que fuera a ayudarla, que no tenía mucho, pero que en cuotas podría pagarme. Le dije que no, claro, que no le cobraría, y que se quedara tranquila, que todo es extirpable.

—¿Y se calmó?

—Ni un poco. Estaba como loca, no había forma.

—Mujeres…

—Esas mismas. Bueno, fui corriendo a su casa, algo asustado por la intensidad de sus gritos… podía escucharlos a tres cuadras del lugar. Y a que no te imaginás lo que encontré adentro.

—¿Muy grave? ¿Metástasis?

El conductor se relame antes de soltar el remate de su anécdota. Espera uno, dos, tres segundos:

—Nada de eso: humedad.

—¡Humedad!

—Sí, nuestra vieja y querida humedad. Se había roto un caño en el piso de arriba, o algo por el estilo, y el techo estaba muy hinchado. Marrón, viste, amenazante. Parecía que iba a explotar. Hubieras visto su expresión… por supuesto que no pude evitar reírmele en la cara.

Y ellos tampoco, hasta que llegan al primer destino del día.

El edificio afectado es lo suficientemente arquetípico como para considerarlo cárcel. Apenas bajan del camión los recibe uno de los guardias, nervioso por la idea de permitir la entrada de hombres armados con taladros neumáticos y picos a su querido establecimiento. Según el protocolo carcelario, la mejor forma de imponerse ante extraños peligrosos es manejarse con frases interrogativas: fiel a su sumisión institucional, será él quien hará las preguntas, y sólo él. Aunque tenga que hacer un esfuerzo descomunal por hablar de esa forma, aunque quede exhausto por el resto del día, es la única opción que puede imaginar.

—¿Son ustedes los oncólogos que llamamos hace más de un mes?

Ellos se alternan según su humor: el más simpático se encarga de la discusión insignificante, el poco paciente de la recaudación. El conductor no puede parar de sonreír, por lo que tiene que hacerse cargo.

—Claro. Los únicos.

No hay nada que les interese menos que contrariar empleadores, y mucho menos empleadores armados. Estiran y estrechan las manos.

—¿Les parece perfecto si recorremos las instalaciones y el área afectada?

—Nos parece perfecto.

El interior es igual de cliché: una edificación pentagonal atravesada por cinco pasillos que convergen en un patio central sin techo. Cada pabellón clasifica a los inquilinos de acuerdo a su nivel de agresividad hacia los guardias: que orinan, que escupen, que muerden, que gritan y que acuchillan. La mayoría rota según su actitud diaria. Los invitados siempre caminan entre el que muerden y que gritan, por cuestiones de higiene y sobre todo de integridad física.

—¿Les parece excelente nuestro sistema de clasificación carcelaria?

—Nos parece excelente.

—¿Y el verde de las paredes?

—Impecable.

Y siguen caminando entre gritos y mordiscos. El tumor descansa en medio del patio central, imponente, bañado en sol. Una mezcla de concreto, vigas de acero, pintura verde y madera se asoma del piso, como intentado salir y librarse de la función que le obligaron sostener. Es una masa deforme, retorcida, cada tanto latente: toda una obra de arte. Ellos se aproximan, cierran la zona con cintas de no-pasar y comienzan su trabajo. El primer paso es aflojarlo: pican y martillan neumáticamente los bordes, separando el material rebelde del resto adecuado. Cavan una fosa alrededor de la anomalía, y proceden a dinamitarla sin mucha pompa, con una mezcla controlada y sin embargo ruidosa. El resultado son escombros que vuelan, chocan y rompen, y presos que aúllan por el espectáculo y las posibilidades tunelísticas que les ofrece. Nuevo material, dócil y preparado para la ocasión, se encarga de llenar el hueco infame y de esfumar las ansias presidiarias. El pabellón que escupen hace honor a su nombre, seguido por el que gritan; que orinan ya no tiene municiones. Llevan los pedazos de madera chamuscada y cascotes en carretilla hasta el camión, y viaje a viaje el patio vuelve a ser el de antes: apenas una diferencia de color entre las baldosas recuerda el incidente.

Se miran, se dicen:

—Demasiado fácil. ¿Metástasis?

—Estadio III: seguro.

Y tienen razón. En el pabellón que acuchillan, otro tumor late bajo la cama de, por supuesto, un asesino sangriento, despiadado, horrible. Por cuestiones protocolares, deben mantenerlo allí, atado, mientras trabajan. Cuando se entera de la situación, su usual cara de maníaco acuchillante cambia por la de niño asustado: hipocondría. Pegado a la pared, pregunta:

—¡Eh! ¡Doctores! ¿Esto no es contagioso, no? ¿Debería preocuparme? ¿Afecta los ladrillos y esas cosas, nomás?

Les hacen señas de no responderle, pero no son necesarias. Ellos conocen de memoria las desventajas de su trabajo, y lo inestables que pueden ser las personas afectadas; abandonaron la empatía años atrás. El otro, lastimándose las muñecas, postulándose para el pabellón que gritan:

—¡A ustedes les hablo! ¡No se hagan los sordos! Hace tiempo me apareció este bulto en un costado, ¿no pueden fijarse, ya que están? No lo vi crecer mucho, pero vieron, uno se preocupa, no vaya a ser cosa de que me muera antes que me ejecuten. Me dijeron que no duele mucho eso de las inyecciones.

Nada. Sigue y deja al niño de lado:

—¡Es apenas una miradita! ¡Con eso me dejan tranquilo! ¿O no saben quién soy, o quieren conocer mi cuchillo?

Y el protocolo lo calma a palazos.

El procedimiento para remover la nueva masa deforme de concreto y ladrillos es similar al anterior: ablandar el área afectada picando y taladrando, cavar una fosa, remover los escombros y rellenar con nuevo material dócil. Nada complicado. Lógicamente, les prohíben la dinamita. Sacuden el polvo de sus mamelucos, limpian los picos y taladros, y se van. No les interesa buscar más zonas infectadas: en el mejor de los casos, el tumor crecerá nueva y vigorosamente, y tendrán trabajo de sobra.

Afuera, apoyado en la ventanilla del conductor, otro guardia pregunta:

—¿Hace falta que les agradezca en nombre de las institución por un trabajo bien hecho?

—No hace falta.

E intenta comprender el fenómeno:

—¿Hay algo que podamos hacer para prevenir nuevos brotes?

—Nada, señor. Es simplemente una reacción natural de los materiales que forman el edificio: se niegan a cumplir una función que detestan. Nada más. Invertir en medidas preventivas sería una pérdida de tiempo y de dinero. Si aparecen nuevas zonas afectadas, créanos, aquí estaremos.

Y con eso, acelera. A su derecha, siguiendo con el dedo la próxima parada de la tercera agenda del mes, el acompañante suspira y se aburre por la rutina: otra vez una iglesia.

 
Comments:
Me gustó mucho. Suelo leer cosas cortas en internet nomás porque me canso rápido y uno siempre busca algo que llegue, un tequilaso, algo que pegue. Pero esto me enredó, no me pude desprender.
Muy muy bueno, me gustaría entenderlo todo pero creo que perdería la magia para mí (aunque voy a buscar la palabra neoplasia en el diccionario si no es un frankenstien tuyo).

Para que veas lo que hago yo con un espacio así: (es algo mucho más fugaz. está escrito con un amigo)

http://alduplex.blogspot.com/
 
Si no te molesta te agrego a los vínculos amigos.

Busqué la palabra, hay mucha medicina dando vueltas por ahí. Genial, da color, aunque es raro imaginarse a alguien que enteinda esos términos leyendo esos cuentos, pero porque cueste no quiere decir nada.
 
Me gustó mucho la historia, lastima que durase tan poco... estaría bueno que continuase y sea una historia, no de un libro para no exigir tanto, por ahora... pero más larga, es interesante, y eso que no soy de leer y me enganchó.
Me gusta la originalidad de la idea, del contexto, de toda la historia en si... QUE CONTINUE! :)
 




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Agustín Capeletto
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