A todos les parece verosímil la imagen de un helecho estirando sus ramas, enrollándolas en una birome y dibujando algunos caracteres borrosos: no tienen razón para desconfiar de aquel investigador con su propia silla, su propio micrófono y bata blanca.
—Y modificando este gen, esta partícula del alma de la planta, lo logramos, señores. Voy a abandonar mi léxico científico por un momento para permitirme una pequeña digresión: ¡por fin, carajo!
Algunas risas, y dos o tres aplausos apagados.
—El sobre que tengo en mis manos es el resultado de años de investigación, de noches preguntándonos si valía la pena, si a alguien le importaba lo que las plantas tuvieran para decir. Por fin logramos que un miembro del taxón Pterophyta pueda comunicarse a través de la escritura. Me da escalofríos decirlo: el papel que tengo en las manos contiene las primeras declaraciones de nuestra planta, el primer mensaje del reino vegetal para la humanidad.
Busca, sonriente, el calor de algún flash.
—¿Necesito explicar la importancia de este momento?
No hace falta: cada televidente, cada persona en el auditorio puede imaginar el esfuerzo del helecho, la concentración inigualable de la planta que escribe por primera vez en su historia, en la historia. A nadie le cuesta pensarla exhausta, achicharrada en su maceta, jadeando sin lengua ni pulmones. Todos son, a la vez, lingüistas, genetistas, biólogos y periodistas especializados. Y disfrutan como si entendieran.
—Ni siquiera yo conozco el contenido del texto. Hace apenas unos minutos los expertos terminaron de descifrar el manuscrito original; si bien pudimos darle a la planta la posibilidad de comunicarse, todo ese asunto de la coherencia, la cohesión y la estructura propia de lo literario aún se le escapa. El aspecto estético, estilístico, no parece depender de la genética. Nada grave, por supuesto.
Medio bostezo del único infante en el auditorio, y tres cuartos de mirada furiosa de una de las muchas madres.
—El texto fue ligeramente retocado, recortado y adornado con algunas frases para facilitar nuestra comprensión. Los caracteres originales, si les interesan, estarán en páginas laminadas de mi libro. Con eso en mente, presten atención.
El locutor contratado aclara su voz, intentando encontrar su mejor entonación de helecho, se concentra, aspira profundo, y arranca:
A todo lo Humano:
No voy a extenderme; no tengo ningún secreto para revelar, ni pienso regañarlos por el tema del calentamiento global. Voy a aprovechar el poco control que tengo sobre la escritura para comentar un asunto que a ustedes les parecerá mínimo, nimio, pero que para el reino vegetal es de vida o muerte. Se los pido en nombre de todos mis hermanos sin voz ni tinta: cuando caminen por las calles y pisen alguna porquería de mamífero, por favor, se los rogamos, hagan el esfuerzo, al menos intenten, no limpiarse contra nosotros. No podemos esquivarlos.
Muchas gracias.
Algunos tosen para quebrar el silencio incómodo, otros buscan el control remoto para cambiar el canal, pero todos miran, por igual y de reojo, las suelas de sus zapatos.
Y, ahora sí, el calor de los flashes.