Sus ojos se abren con interés mientras leen este fragmento de párrafo:
…y toda la información que se tiene de esta tribu del Amazonas, tribu olvidada, extinguida en la selva, está relacionada con su particular forma de concebir la alimentación. No eran, según se sabe, ni herbívoros, ni frugívoros, ni omnívoros, y mucho menos entomófagos. Practicaban lo que algunos han llamado “antropofagia inversa”, o bien “canibalismo masoquista” (ambos términos son intercambiables). Lo que hacían estos indígenas extintos era, en pocas palabras, competir ferozmente por ser el próximo alimento en el plato de su prójimo. Desde la edad de cinco años, los niños entraban en un estrictísimo régimen de muslos, pectorales y bíceps de primos, padres y vecinos, y, una vez alcanzada la mayoría de edad, si lograban destacarse entre sus pares, tenían el honor, el orgullo, de ser el plato principal; las niñas, en cambio, empezaban y cumplían su función mucho antes: desde los dos años eran alimentadas con partes más tiernas, algunos cerebros, riñones e intestinos especialmente seleccionados de sus mayores, y, a los trece años, las más jugosa era elegida, cocida a fuego lento y saboreada de postre. Los rituales se celebraban cada vez que alguno de sus habitantes llegaba a la edad necesaria, por lo que al momento de sentarse a la mesa para disfrutar el manjar, gozaban de un considerable apetito. Sobras no había. De más está decir que la expectativa de vida de la población no superaba los veinte años, y que su tasa de mortalidad era, por supuesto, altísima. Podría decirse, sin empacho, que estos indígenas se alimentaron hasta desaparecer.
Sus manos, temblando de la emoción, escriben en el papel que desde hoy señalará esa página:
Posible Solución: ¿podría funcionar?
Y lo subrayan dos veces.