Intentos literarios
 
Acanomás

1

Apenas si le entran los zapatos del estereotipo: uniforme verde recién almidonado y adornado con medallas de plástico, pelo brillante peinado hacia atrás, gafas oscuras y aliento dudoso. No hay nada que disfrute más que pararse frente a las cámaras con nuevas medidas para su pueblo. Amasa las palabras por días, las mastica por horas, y cuando llega el momento justo, las unta sobre todos sus televidentes. Esta vez está emocionado. Se rasca una mejilla, tose, traga saliva y se acostumbra a la falsedad de su sonrisa. Y ellos, sentados en su silloncito incómodo, sólo pueden mirarlo y suspirar mientras irrumpe sin aviso en la señal de televisión.

—Camaradas; amigos, amigas: buenas noches. Les hablo hoy no como su dirigente, no como el faro que decidieron que sea, sino como un simple ciudadano, como uno más entre todos ustedes. Y lo hago porque es hoy un día histórico, un hito que todos recordaremos hasta que nos toque abandonar esta tierra. Hoy, compañeros, aunque les cueste creerlo, lograremos nuestra independencia y romperemos estas horribles vestiduras coloniales que tantas veces irritaron nuestra piel. Es el principio, no hay duda, ¡el comienzo de una era dorada! Mediante esta transmisión oficial, doy por iniciada una nueva etapa en el recorrido heroico, valeroso y fructífero de la nuestra, la querida República de Acanomás.

Cómo disfruta su capacidad de oratoria.

—Todos sabemos que fuimos bendecidos por nuestras tierras y nuestras plantas: somos, camaradas, y esto recuérdenlo siempre, el único país en condiciones de producir, empaquetar y exportar bananas en forma sistemática; somos los únicos capaces de aprovechar y multiplicar los últimos ejemplares existentes de la ahora rarísima Cavendish. Tenemos el mercado en nuestras manos y el mundo a nuestros pies. Sin competencia ni restricciones de exportación, y sin un tope visible para el valor de nuestra nueva fruta preferida, el negocio es simplemente infalible. ¡Acostúmbrense a ser la envidia de todos! Desde este mismo instante, compañeros, aceptamos nuestra evidente ventaja comparativa y formamos, por fin, la auténtica República Bananista de Acanomás con que soñaron nuestros próceres. ¡Es nuestro destino!

Y cómo aprovecha las ovaciones grabadas.

—Gracias por su apoyo, se los agradezco. El plan ya está en marcha. En este momento, los honorables integrantes del Congreso de la República están debatiendo y, en unas horas, aprobando el proyecto de país que hoy les presento. Acanomás será la nación más avanzada, el país más poderoso, y todo gracias al Bananismo. El mundo no ha presenciado nada siquiera similar. Como primera medida ejemplar, el Estado, asumiendo su nuevo rol de garante del sistema Bananista, tomará el control de aquellas propiedades que se encuentren en condiciones productivas. Todas las tierras cultivables se transformarán en áreas de cosecha, motores indispensables de este nuevo país que emerge; toda fábrica en funcionamiento será reorganizada y reestructurada aprovechando el espacio y las máquinas disponibles para la clasificación y empaquetación en serie de la materia banánica; el área de servicios será pacíficamente silenciada por cuestiones estratégicas y por su evidente inutilidad mercantil. Pero no se preocupen, compañeros, que esto sólo afecta su vida cotidiana en detalles nimios, minúsculos. No habrá cambio alguno ni desabastecimiento de ninguna clase: como garante mundial del Bananismo, el Estado importará y distribuirá todos los productos que sean necesarios para mantener el nivel de vida que consideramos que el pueblo merece. Suspiren aliviados, que el dinero ya no es un problema del que tengan que preocuparse. Después de todo, sin tierras, fábricas o servicios, el papel moneda es un gasto que podemos ahorrarnos; nosotros nos encargaremos del que inevitablemente haya que manejar.

Y qué bien endulza los consuelos.

—Acanomás siempre privilegió a la niñez como un sector crítico de la sociedad, como la misma encarnación de un futuro mejor. Pues bien, camaradas, ¡ese futuro está aquí!: todo ciudadano entre 5 y 17 años es desde este momento propiedad estatal y por consiguiente un trabajador Bananista en potencia. ¡La antigua Esparta estaría orgullosa! Los niños serán depositados con cariño en sectores agrícolas, aprovechando su fuerza para cultivar, cuidar y cosechar el nuevo dínamo económico; las niñas, por su reconocida capacidad organizante, estarán dulcemente a cargo de las fábricas reestructuradas, empaquetando y distribuyendo la materia banánica donde sea necesaria. Y esto es sólo el comienzo. La edad de jubilación obligatoria, en lugar de unos exagerados e injustos 65 años, será de unos cómodos y más razonables 18 –exceptuando, claro, el personal necesario para el control infantil y todo dirigente indispensable para el Bananismo. Los trabajadores de Acanomás ya han sufrido bastante en décadas pasadas como para exigirles otro esfuerzo. ¡Es hora de que las nuevas generaciones den un paso al frente y se hagan cargo de llevar el país adelante! Y no hace falta que se inquieten por su sustento: cada infante proporcionará a su familia una renta jugosa, directamente proporcional a la cantidad de materia banánica que logre cosechar o empaquetar –quienes aún no hayan engendrado descendencia serán rentados por la bondad Bananista por un plazo máximo de seis meses. Teniendo en cuenta que el papel moneda ya no es un asunto importante, toda esta renta familiar será administrada por personal Bananista, quien se encargará de calcular los productos correspondientes a cada caso particular y de distribuirlos en forma de cupones personalizados. Es un sistema perfecto, sin problemas de pobreza, de distribución del ingreso, de desigualdad social... ¿no los tranquiliza saber que sus finanzas serán estabilizadas y manejadas por personal altamente responsable, que todos los productos que necesiten les serán acercados hasta la puerta de su casa, que pueden vivir su vida sin preocupación alguna?

Y cómo abusa de la retórica.

—Todos estos cambios pueden parecerles un poco bruscos. Es inevitable que algunos pocos de ustedes piensen que nuestras medidas son exageradas, que el precio de la banana no se mantendrá mucho tiempo por encima del oro, o vaya uno a saber que otras objeciones paranoicas. Por supuesto, no creo que tengan razón, ni que quieran lo mejor para el nuevo pueblo que hoy nace... pero tolero su existencia. Es más, y esto se me acaba de ocurrir: todos los años, en una fecha todavía a decidir, ¿por qué no llevar a cabo un referéndum nacional, donde todas las personas habilitadas para votar puedan expresar su voz decidiendo el futuro del modelo Bananista? ¿Dónde quedó el totalitarismo ahora? ¡Democracia, señores! ¡Pura y sagrada!

Y cuánto lo emborracha el poder.

—Tengo mi total confianza en el nuevo modelo, y sé que todos los verdaderos patriotas de la República Bananista de Acanomás sienten lo mismo. Duerman tranquilos, compañeros, que mañana será un día realmente interesante. ¡Ah!, y no se olviden... ni Yanquis, ni Marxistas: ¡Bananistas!

Ellos, todavía sentados en su silloncito frente a la pantalla invadida por la estática, se miran y no terminan de creer lo que acaban de escuchar; él, despierto en su cama por los gritos del televisor, se refriega los ojos, abraza su oso e intenta volver a dormir.

II

Pienso acostado en mi catre.

No recuerdo demasiado de aquel día: un puñado de gritos confusos y de olores revueltos, mezclados con la imagen de los ojos de mi madre, que se esfuerzan por abrazarme mientras los oficiales me llevan fuera de la casa. Pero bueno, tampoco es algo que me mantenga despierto en las noches. Todo aquello es historia antigua. Después de todo, ya pasaron más de cuatro años, y el panorama es completamente distinto; ahora tengo trece, y suficientes responsabilidades como para andar preocupándome por ellos. No es que no los extrañe, no... sólo no me hacen falta. No puedo pensar en algo para lo que los necesite. En realidad, podría comer una de esas galletitas de chocolate, de las que ella horneaba para mis cumpleaños. Hacía las mejores.

Esa vida ya no existe. Mi vocación, mi llamado, mi talento... mi como quieran decirle, es el cuidado de esta plantación bananista y de su materia banánica. No tendría sentido vivir sin ella. No podría. Estaría tirado en algún callejón, sin un trabajo estable, fallando al cultivar mis propias Cavendish, o hasta pensando en suicidarme. No sería una noticia impactante: he escuchado historias de compañeros que por culpa de accidentes discapacitantes terminaron en las efectivas vías del tren.

No fue sencillo llegar a esta posición privilegiada. Fue un saneamiento realmente agotador. Me costó mis buenas cicatrices y algunas manchas en el mameluco, pero puedo decir con toda seguridad que valió la pena. Tuve que inadaptar a los débiles, debilitar a los inadaptados e incluso procesar algunos subversivos. Volvería hacer todo aquello y aun más por obtener el puesto que tengo ahora. ¿Cuántos pueden lucir la medalla de Sub-Supervisor de Embarques del Área 14 de Producción Bananista? ¿Y parches de buena conducta, de asistencia perfecta, de producción record? Muy pocos. Un porcentaje mínimo de mis compañeros.

Y pretendo seguir progresando. Este cargo ni siquiera comienza a satisfacer mis ansias de éxito. Estoy más motivado que nunca para continuar con los saneamientos regulares. ¿Y por qué no, incluso, iniciar algunos propios? Una vez que limpie por completo el Área 14 se darán cuenta del enorme potencial que están desperdiciando y me pedirán de rodillas que me encargue de toda la sección. Ya imagino el momento en que vendrán a rogarme que acepte liderarlos: un día sin nubes, un traje nuevo, trompetas y subordinados. Seguiré saneando hasta que suceda. Si todo sale como planeo, dentro de cinco años no tendré que jubilarme, y no hará falta que me acerque a... ellas. Me asustan de sólo imaginarlas.

Pienso reconfortado en mi catre cuando el idiota que maneja la correspondencia me interrumpe. Está parado a mis pies, con la misma sonrisa torcida de siempre y un paquete entre sus manos. Me mira con sus ojos saltones, creyéndose superior por sus diecisiete años, y comienza a hablar. No puedo evitar distraerme pensando en la cantidad de poder que maneja, en que ya vivió lo suficiente... y en que se merece un accidente. Deja de hablar y vuelve a mirarme esperando una respuesta. Atino a decir:

—¿Qué?

—...no puede ser, ¿otra vez distraído, 0574? ¿Cuántas veces tengo que decirle que me escuche cuando le hablo? ¿O se olvida de que puedo reportar cualquier tipo de actividad sospechosa con los superiores? No habrá estado pensando estupideces, ¿no es cierto? Aquí todos sabemos donde terminan los estúpidos –y hace un ademán hacia el galpón contiguo.

Sí, definitivamente, un accidente.

—Disculpe, ¡Señor! Estaba quedándome dormid--

—¿Parece que me importan sus excusas? Esta vez voy a dejarlo pasar, para que sepa apreciar los favores.

Uno espectacular, no hay dudas. Continúa hablando antes de que pueda responderle.

—Aquí tiene, 0574, un paquete y una carta que llegó a su nombre hace unos meses. Son de parte de sus... ya sabe. Disfrute, estúpido, y tenga cuidado.

Y se va, golpeando con sus botas cada catre que encuentra en su camino hacia la puerta. Supongo que los recién despiertos le planean destinos similares al que yo imagino. No tan creativos, probablemente, ni tan efectivos; pero válidos, eso seguro. No me molestaría que se hicieran cargo.

Tomo primero el paquete, algo emocionado por la idea de galletitas crocantes, rebosantes de chocolate. Está dañado, cortado, vuelto a cerrar y a abrir, y no tiene remitente ni estampillas de ningún tipo. Rompo sin problemas el cartón húmedo y lo único que encuentro es una pequeña nota, escrita a máquina sobre un papel ahora amarillo. Busco la poquísima luz que escupe la luna por la ventana, y leo con esfuerzo:

Respetando los protocolos de seguridad implementados por el Honorable Congreso de la República Bananista de Acanomás, el contenido de esta encomienda ha sido trasladado a un lugar seguro de almacenamiento. Todos los objetos podrán ser retirados una vez que el destinatario esté en condiciones de jubilarse.

Elementos secuestrados:

La nota se desintegra en una caligrafía casi ilegible.

• 1 (un) Oso de peluche.

• 3 ½ (tres y media) Galletas de chocolate.

Código de depósito: 0574i

Arrugo el papel en el único bolsillo que aún no cuenta con un agujero de adorno. El sobre de la carta está impecable: todavía tiene las estampillas originales y la letra desastrosa de mi padre; uno de los muchísimos privilegios de mi cargo actual es la relativa privacidad de la correspondencia escrita –y no de las encomiendas, por razones más que obvias. Leo, luchando contra la humedad ocular.

Martín:

Me cuesta identificar mi verdadero nombre.

Escribo esto con muchísima angustia, con la tristeza de saber que esta carta probablemente nunca llegue a tus manos. Pero no me importa. Voy a arriesgar mi vida, la de tu madre y la de nuestra familia para que puedas enterarte de las cosas que pasaron en estos cuatro años. Y, sobre todo, hijo mío, de las que pasarán en los que vienen. No quiero adelantarme... pero el momento en que nos reencontremos está cada vez más cerca.

Tu madre empeora todos los días. Desde que te fuiste no deja de mirar tus fotos, de llamarte en sueños, de escribirte cartas que nunca envía. Te extraña, Martín, te extraña con toda su alma, y las únicas noticias tuyas que recibe son los cupones de renta bananista. Podrías, algún día, mandarle una postal, una foto... un beso, al menos, ¿no? No te costaría nada...

Ni siquiera el nacimiento de tus dos hermanos logró reconfortarla. Todavía hoy se niega a darles un nombre, y ya tienen tres meses y dos años. No quiere amamantarlos, no le interesa cuidarlos, criarlos, hablarles... ¡por dios, si hasta se rehúsa a desatarlos! Sé que todavía sos joven para escuchar este tipo de cosas, pero esta es una de las pocas formas que tengo de desahogarme. Si intento hablarlo con ella, enloquece, incluso con las pastillas que le recetaron. Apenas si pude convencerla de que te cocinara tus galletitas preferidas; pensó que quería engañarla para dárselas a tus hermanos (ojalá puedas disfrutarlas). No tenés la culpa, Martín, pero ya no podemos vivir de esta manera. Y sin vos es peor. Te envío tu oso, que seguro querés volver a ver.

Pero el motivo de esta carta no es deprimirte, ni deprimirme. No, Martín, todo lo contrario. Te escribo para contarte que esta vida tiene los días contados. Un poco después de que te confiscaron, comencé a tener reuniones secretas con otros padres de la cuadra, del barrio, de la ciudad, de la provincia... y, desde hace unos meses, del país entero. Estamos organizándonos, hijo, preparándonos para sacarlos a todos de aquella tortura. Vas a volver a jugar en la plaza, a reirte, a mirar tus dibujitos, a hacernos regañar... todo, Martín, vas a poder hacer todo lo que quieras. Unos meses, nada más que unos meses.

El problema es que no podemos hacerlo solos. Necesitamos ayuda desde adentro para vencer a este monstruo... ¿entendés lo que quiero decirte? Necesitamos que nos ayudes. No puedo darte más información, pero el trabajo que tendrías que hacer sería, como mucho, mínimo. Tanto como abrir un frasco en el lugar adecuado. Si lees esta carta, llamame, Martín, por favor, para saber que cuento con vos. Juntos podemos arreglar este asunto, y volver por fin a nuestras vidas normales. Llamame.

Besos, abrazos, cosquillas...

Papá.

Seco un poco de alegría con la manga del mameluco, guardo la carta y decido dormir.

** **

Apretujado entre galletitas a medio comer y telarañas a medio tejer, espera en su caja de madera a que su dueño tenga la edad suficiente para rescatarlo. No parece importarle tener una oreja atravesada por un clavo oxidado, ni estar perdiendo la costura de uno de sus botones-ojo, ni que parte de su relleno intente escapar por su abdomen. Nada lo altera o desconcentra ahora que tiene tiempo para hacer lo que siempre hizo y hace mejor: absolutamente nada. Afuera, su caja rodeada de miles similares tiene impreso el código 0574j.

III

Pienso acostado en la misma cama matrimonial de siempre.

Nuestra vida no podría ser peor. No puedo imaginarme una situación en que sufriríamos más que mañana, y pasado, y el que sigue. ¿Cómo puede ser que llegamos a estar tan inundados de mierda? ¿Cómo hicimos para no darnos cuenta? ¡Para votarlo! ¡Reelegirlo!

Todo se derrumbó ese mismo día. Fue en vano intentar escondernos y escapar a algún lugar seguro: nos encontraron con las valijas en las manos, y se lo llevaron. Ceremoniosamente, lo vistieron con el mameluco amarillo que seguro todavía usa, le explicaron la situación a su manera y se lo llevaron por la puerta por la que salíamos a jugar a la plaza cada tanto. Así de fácil, con el estruendo de esa misma puerta, nos despojaron de nuestro hijo.

Cuando disipó toda la confusión de lo que había pasado, nos dimos cuenta: estábamos otra vez solos, como hacía nueve años, y debíamos remediarlo. Teníamos una necesidad... matemática, estadística, por así decirlo, de volver a engendrar. Hasta ese momento ni siquiera se nos había cruzado por la cabeza; con uno teníamos más que de sobra. Pero nos fue inevitable. Tuvimos que tener esos dos niños que ahora duermen en el cuarto de al lado, dos niños que ni siquiera sentimos nuestros, que nos parecen desconocidos. ¿Para que esforzarnos, si dentro de unos pocos años van a llevárselos? ¿Qué sentido tiene, si cuando se jubilen no querrán saber nada de nosotros? Darles lo mínimo de comer, dosificarles el cariño, evitar bañarlos y mantenerlos atados me parecen medidas demasiado estrictas, pero ella lo quiso y lo quiere así. No acepta otra forma. Cuando duerme, o la duermen las pastillas, me les acerco y les hablo, les comparto los pocos chocolates que podemos conseguir, y a veces hasta les cuento una historia. No puedo evitarlo, por más que quiera.

Fue un folleto anónimo el que me llevó a lo que ahora es la organización. Un día cualquiera de un mes que no recuerdo, alguien dejó pasar bajo la puerta un papel mal recortado y mal fotocopiado, que anunciaba una reunión de jubilados dentro del edificio. Mis opciones en esa noche eran escuchar sus desvaríos sobre los niños o atender al llamado, así que me decidí por la última. Llegué y eramos cinco. Charlamos, compartimos algunas penas, y nos prometimos derrocar, de la forma que fuera, al tirano que había confiscado a nuestros hijos originales. Fuimos sumándonos a otras reuniones, de otros edificios, e incluso de otros barrios; algunas más extremistas que otras, pero todas con el mismo objetivo en mente: desplazar al payaso a cargo y a su circo de tortura infantil. Una especie de résistance a la bananista. Hoy, años después, el plan está listo. Si todo sale bien, la pesadilla podrá terminar en unos días.

Pienso emocionado en la misma cama matrimonial de siempre cuando el timbre del teléfono me interrumpe. Atiendo rapidísimo para evitar despertarla.

—Ho... Hola, ¿quién es?

—Hola... soy yo, papá. Martín.

La sacudo con fuerza y mis ojos le hacen saber quien es el que está del otro lado de la línea. Rompe en llanto.

—¡Martín! ¡Hijo! ¡No lo puedo creer! ¿Estás bien? ¿Cómo te tratan ahí? ¿Muy mal? ¿Nos extrañás? ¿Te alimentan bien, Martín? No estás enfermo, no te pasó nada grave ¿no? ¿Martín?

—Si, papá... estoy bien, me alimentan bien.

Suena lejano, con interferencias, y las cuestiones técnicas del aparato telefónico no parecen estar involucradas.

—Martín, no tenés una idea de cuanto me alegra escucharte decir eso. De lo bien que me hace. En serio, Martín, te extrañamos muchísimo, no podemos vivir sin vos. ¿No querés que te pase con tu madre? Se muere por hablarte...

—No tengo mucho tiempo, papá.

—Está bien, entonces aprovechémoslo. Escuchame... te llegó mi carta, ¿no? ¿la leíste toda?

—Sí.

—¡Qué bien! ¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¡Cómo que entonces qué, Martín! ¡No seas tonto! ¿Nos vas a ayudar a sacarlos de ahí o no?

—Ah... con respecto a eso, papá, estuve pensando... y no creo que sea la mejor idea. Me parece que no es lo que nos conviene a todos.

No puedo siquiera intentar responder. Él continúa.

—Acá soy feliz, papá, acá tengo algo por lo que vivir, algo por lo que levantarme temprano todas las mañanas. ¿No me decías vos que uno tiene que esforzarse al máximo para tener éxito? ¿Y que a veces hay que hacer algunos sacrificios? Bueno, ¡tus consejos no podrían funcionar mejor!

—Pero... ¡pero Martín! ¡No seas estúpido!

—No me insultes, papá. Ya no soy un chico, ¿sabés? Tengo trece años, por si te olvidaste. Lo que te estoy diciendo es cierto: acá soy feliz, mucho más que cuando estaba con ustedes...

El teléfono cae al piso; ella me mira, esperando noticias, y el otro lado de la línea sigue con su monólogo.

—...y por eso no voy a dejar que arruinen todo. Una de mis responsabilidades como Sub-Supervisor de Embarques es el denunciar posibles amenazas a la seguridad del sector, papá, y no tengo otra opción que reportar tu carta al superior de mi área. No es una cuestión personal, es sólo que... ¿estás ahí, papá? Bueno... qué importa. Espero que me entiendas, ahora, o dentro de algún tiempo. Es por eso que quería llamarte. ¡Ah! Mandale saludos a mamá. Buena suerte.

Y tocan –patean– la puerta.

4

Apenas si le entran los billetes en los bolsillos. Hoy no intenta ni necesita impresionar a nadie: ni medallas, ni uniforme almidonado, ni pelo brillante hacia atrás; sólo gafas oscuras y ojeras disimuladas. No piensa untar nada sobre su pueblo, sino escupirles lo que él cree que se merecen. Suda y las cámaras comienzan la transmisión. Ellos deben escucharlo por radio.

—Camaradas; amigos, amigas: buenas noches. Esta vez no vengo a hablarles como un ciudadano más. En este mensaje de emergencia voy a desempeñar, como nunca antes, mi cargo de Presidente de la República Bananista de Acanomás. No voy a presentarles medidas emocionantes para la estructura de nuestra sociedad, ni a felicitarlos por un trabajo bien hecho. No, señores, todo lo absolutamente contrario: estoy aquí para informarles que por más que lo intenten, por más que sacrifiquen su vida para derrocar este sistema perfecto, no van a lograr ni arañarnos. Nada, nunca, de ninguna forma va a hacernos caer. Entiéndanlo de una vez.

Cómo odia que quieran arruinarle el negocio.

—Hace apenas unos días, personal de inteligencia bananista me advirtió sobre un futuro intento de revolución que parecía estar gestándose en las ciudades más importantes de la República. Aparentenemente, algunos “ciudadanos”, en estos años, pensaron que lo mejor que podían hacer para aportar a su sociedad era reunirse en secreto, entrenarse en tácticas terroristas y prepararse para sembrar el caos dentro de su país. Escucharon bien, compañeros. Este grupejo de gente planeaba no menos que liberar el mismo hongo que eliminó a todas las plantaciones de banana extranjeras, y vaya uno a saber por qué motivos egoístas. ¿Pueden creerlo? En lugar de aprovechar el referéndum anual, prefirieron conspirar en contra del Bananismo y evitar la sagrada vía democrática. Si no los deteníamos a tiempo, el horrible Fusarium oxysporum hubiera disfrutado de manjares en cada una de las plantaciones de nuestra principal materia prima; en menos de dos meses, la República Bananista de Acanomás habría dejado de existir.

Y cuánto le cuestan las palabras en latín.

—No pienso extender este mensaje más de lo que haga falta. Sobre todo, quiero informarles a ustedes, a los verdaderos ciudadanos de este modelo impecable de República, que la amenaza ya fue desactivada y que todas las personas involucradas fueron trasladadas a sectores apropiados. No se preocupen, que estamos más que preparados para enfrentar este tipo de situaciones. Duerman tranquilos, compatriotas, que nosotros, como siempre, nos encargamos de cuidarlos.

Y qué bien exprime el paternalismo.

—Y para ustedes, basuras, terroristas, que ahora me están escuchando, tengo una sorpresa especial. ¿Piensan que van a pasar algunos años en la cárcel, que vamos a interrogarlos hasta que se quiebren, que pretendemos castigarlos de alguna forma horrible? Bueno, si es así, lamento decirles que se equivocan. Mañana serán liberados bajo vigilancia y regresarán sin problemas a sus vidas normales. A ustedes, créanme, no les va a pasar nada: serán sus hijos los que sufrirán las consecuencias de su patético intento de revolución. Todo trabajador con sangre terrorista será desplazado de su lugar de trabajo, y silenciado hasta nuevo aviso. Yo que ustedes, basuras, no esperaría mis jugosos cupones el próximo mes. Y si acaso se preocupan por el futuro del Bananismo, dejen de hacerlo, señores, que fuerza de trabajo nos sobra.

Y no puede, ni quiere, evitar sonreír.

 
Comments:
Un saludo admirado, Capeletto.

Regreso con más tiempo.

Un abrazo,
Esther
 
Nunca más pido banana split.

Excelente cuento.

Marcela
 
Dos planos superpuestos.

Primer plano, el superficial, es el discurso de un ¿dirigente? de una republiqueta bananera. Expresión que significa: pobre país sudaca, colonia casi inevitable... ¡vaya si conocemos estas republiquetas bananeras! El primer párrafo y las líneas intercaladas acentúan este plano. Plano sarcástico al máximo, irónico al máximo, llevado hacia una exageración de estereotipos para remarcar el sarcasmo.

En este plano, el discurso es, quizás, atemporal, adimensional. Sin embargo, hay ligeras menciones que lo vuelven reconocible por un argentino. Decretar por decreto, en un discurso, el fin de una era y el inicio de otra completamente distinta... la negación del desabastecimiento... Y la joya de la corona:
“... ni Yanquis, ni Marxistas: ¡Bananistas!”

Creo que es la frase más ácidamente irónica que he leído en estos meses de vida foral. Un saludo, Forke, por esta línea.

El segundo plano. ¿Qué está diciendo, en verdad, en su discurso?

Él decide aprovechar el problema bananero mundial, y centrar todo el país en un único producto de consumo y exportación. O más bien, aprovecharlo como excusa para hacer lo que quería hacer: controlar el país en forma completa. Y para ello... para ello... Veamos: Eliminación de la producción de cualquier otro producto, de los servicios, de la propiedad individual, de la moneda; todo insumo que no sea una banana. Y:
“Nosotros nos encargamos. “
Eso, me hace ingresar en un cuento de terror. Es ominoso, lapidario. Todos esclavos. Eso. Todos esclavos.

Y además. El corazón de esta nueva forma social:

“todo ciudadano entre 5 y 17 años es desde este momento propiedad estatal y por consiguiente un trabajador Bananista en potencia”

“La edad de jubilación obligatoria, en lugar de unos exagerados e injustos 65 años, será de unos cómodos y más razonables 18 –exceptuando, claro, el personal necesario para el control infantil y todo dirigente indispensable para el Bananismo.”

“cada infante proporcionará a su familia una renta jugosa, directamente proporcional a la cantidad de materia banánica que logre cosechar o empaquetar –quienes aún no hayan engendrado descendencia serán rentados por la bondad Bananista por un plazo máximo de seis meses.”

¡Por todos los dioses! Los niños son propiedad del estado, porque ellos son la mano de obra productiva. A los 18, se convierten en “descartables”, son jubilados, dejan de pertenecer a la producción. ¿Y de allí en más? Salvo los dirigentes y otros beneficiarios del sistema, ¿qué sucederá con ellos? No pueden trabajar en ninguna otra cosa, porque sólo existirá el cultivo de bananas. No pueden conseguir sustento de ninguna otra forma que no sea por “regalo dadivoso” del Estado. Y el Estado les entregará su sustento en función de la capacidad de producción de los niños de la familia.
O sea: después de los 18, te queda un único camino: convertirte en una máquina reproductora. Debes reproducirte, porque entonces tus hijos te asegurarán el sustento. Si no es así, te morirás de hambre, de falta de medicamentos, de falta de agua, de lo que sea. Porque el Estado benévolo es el que administra la renta familiar, y lo hace “calculando”. Toda la sociedad se convierte en una inmensa máquina reproductora, que tiene como objetivo producir niños para que sean los trabajadores que producirán las bananas.

Los incapaces de reproducirse, por edad, por enfermedad, por causas genéticas, por lo que fuera, serán desechados como inútiles a la sociedad, morirán.

En una generación, el estado tiene controlado completamente al país, de una forma absoluta. Porque la masa trabajadora, además, está constituida por aquellos que menos posibilidades tienen de discutir el sistema, simplemente por su escasa edad.

Has creado otras sociedades terribles, Capeletto, pero ésta... ésta se lleva las palmas. Es una pesadilla. Y surge simplemente de llevar hasta las últimas consecuencias elementos que han existido y existen en las sociedades reales. La “confiscación” de los niños por parte del estado, para ser educados de acuerdo a ciertas pautas. La explotación infantil. El deseo de poder de los dictadores. La visión despiadada de ciertas teorías político-económicas, que consideran al ser humano como un mero eslabón en la cadena de la producción y comercialización “eficiente”.

Con, claro, un par de toques originales. No se utiliza a los niños como mano de obra barata (cuestión que no es necesario suponer imaginación literaria): se define que son la clase trabajadora, y la única clase trabajadora; los jóvenes y adultos no forman parte de esta clase. No recuerdo haber leído o escuchado de un planteamiento de esta naturaleza.

No puedo menos que recordar que la dependencia del adulto con respecto a la nueva generación es cotidiana y real en un ámbito inhóspito, ya sea inhóspito por “salvaje” (el viejo no puede cazar, requiere del joven para susbsistir) o por “civilizado” (el abuelo o el adulto echado de su trabajo necesitan del hijo o del nieto para subsistir). Pero aquí, tenemos un “ámbito civilizado” ... en el cual se legisla abiertamente esta dependencia, forzándola. Me parece original.

Me gusta la estructura del texto. Un breve párrafo inicial (contando quién es el dictador de turno) y un breve párrafo final (contando quiénes son sus “súbditos”). El peso del relato recae sobre un discurso, cortado sólo por líneas breves, que remiten a un narrador que “juzga” el discurso (un oyente, asumo). Esas líneas le dan aire al texto, sin distraer la atención de él. Sí, me gusta el recurso.

“Amasa las palabras por días, las mastica por horas, y cuando llega el momento justo, las unta sobre todos sus televidentes” Una imagen excelente.

“Los niños serán depositados con cariño en sectores agrícolas, aprovechando su fuerza para cultivar, cuidar y cosechar el nuevo dínamo económico; las niñas, por su reconocida capacidad organizante, estarán dulcemente a cargo de las fábricas reestructuradas,”
Depositados con cariño /estarán dulcemente a cargo de
¿Cómo se te ocurren estas cosas, Capeletto?

La última línea es muy, pero muy buena. Cierra todo el relato, y conecta con ese mundo que se iniciará al día siguiente. La imagen del niño es lo que le da esfericidad al texto.

Cariños,
Esther
 
Capeletto, acabo de leer el cuento de nuevo, ahora más extenso... y totalmente diferente, en estructura y en historia.

Un saludo, no admirado, sino admiradísimo.

Es, sin dudas, excelente.

Un abrazo,
Esther
 
Hola... es la 3 vez que escribo y nunca se sube.
Era para decirte que si querés pases por mi blog: elhormiguerodelarte.blogspot.com o elhormigueroilustrado.blogspot.com

Me encantan tus cuentos! sobre todo Líneas rotativas.

Saludos!
 




<< Home

Agustín Capeletto
minotopo@msn.com

Índice

Acanomás


Creative Commons License